La ayuda terapéutica, entre la psicología y la filosofía. Reflexión sobre el trabajo del terapeuta en la relación de ayuda, en base al pensamiento de la filósofa María Zambrano.

A modo de introducción.

En este articulo pretendo ir entrelazando el pensamiento filosófico-humanista de María Zambrano con los principios básicos que considero han de conformar el trabajo terapéutico.

Éstos serán los apartados de nuestra reflexión: la vocación profesional; el Problema que nos trae la persona y la Solución que anhela; el amor como principal “herramienta” de nuestra labor; el lugar donde trabajamos y por último, el privilegio de ser depositarios de la intimidad de los demás.

La profesión como vocación.

Así es como pensaba María acerca del trabajo de cada cual: “en vez de profesión, debía llamarse vocación”.

Sin duda alguna, la 1ª clave del trabajo del Ayudador (mejor que Psicólogo o Terapeuta) sea sentir nuestro trabajo como una vocación. Sin descartar “nuestras obligaciones” profesionales, vivir el mismo desde la vocación no ya por aquel, sino fundamentalmente por la persona para la que trabajamos. Esto va a marcar muy significativamente nuestro quehacer diario.

El problema y la solución.

Los Ayudadores, antes que centrarnos en los problemas y dejarnos “seducir” por ellos, debiéramos esforzarnos en elaborar posibles soluciones. El problema es como la oscuridad, que sólo desaparece al hacerse la luz.

Tendríamos que combatir dicha “seducción” y no enredarnos en su red. La luz es la única que no teme la oscuridad, cómo la solución no teme al problema. Por el contrario éste sí que huye de aquella, pues ante ella, solo le toca morir, desaparecer. Por eso, el problema va a usar todas sus artimañas para “seguir vivo”. La mentira y el engaño, el “lo mismo, después de tanto tiempo, vas a estar peor sin mí”, va a ser su arma seductora.

Suele pasar que aprendamos a manejarnos cómodamente en la oscuridad (el problema). La vista se acostumbra a ella. Sin embargo, el Sol (la solución) nos puede cegar y si no estamos preparados, nos puede quemar. A la luz (la solución) también hemos de acostumbrarnos y en los primeros momentos, quizás tengamos que ayudar a la persona a usar gafas oscuras.

El germen de la solución se encuentra latiendo ya en el propio problema. Dicha solución lucha por salir de su matriz (el problema) y a veces, cuántas veces, hemos sido testigos de ¡cuán difícil se hace el parto!

Así es como pensaba María Zambrano cuando expresaba que: “La noche es una oscuridad transitoria que conduce al alba”.

Y es que la noche (el problema) es la matriz donde se forja el amanecer (la solución). Parafraseándola podemos decir (y así nos lo dice nuestra experiencia de trabajo) que el problema y su correspondiente sufrimiento son oscuridad, la “noche oscura” de San Juan de la Cruz. Pero una oscuridad transitoria, que conduce irremediablemente a la luz, al despertar, a la solución.

Las personas que acuden a nosotros día a día, vienen cargadas de problemas por los que no son felices, buscando soluciones. A todos tenemos que decirles y decirnos a nosotros mismos, que las soluciones no las encontraran ni en nuestro despacho, ni en ningún otro lugar, pues las soluciones, las de verdad, están en nosotros mismos, en nuestro propio centro interior. Si en nuestro interior hemos forjado el problema, en ese mismo lugar, vamos a encontrar la solución.

María Zambrano, en este sentido, nos da ejemplo de cómo lograr resolver de modo admirable (casi envidiable) uno de sus principales problemas como lo fue su exilio de 1939. Más que problema, fue un auténtico drama humano sufrido por mi tía y su familia y que afectó a todas las facetas de su vida. No obstante, ese gran drama, lo supo reconvertir en materia de creación, acabando por reconocerlo como su “auténtica patria” (así es como María redefinió su exilio). Reiteradamente así lo manifestó ella misma.

La palabra, nuestro bisturí.

Trabajamos con la palabra, (pincel del artista, cincel del escultor) y con ella, como si de un bisturí se tratase, hemos de llegar al corazón de la persona, dónde radica el dolor por los problemas que nos exponen. Pero, atención, en nuestro trabajo no existe la anestesia, por lo que el sufrimiento durante el “proceso de solución” está asegurado. Es por lo que al tratar los problemas, vemos cómo la persona a veces se “rebela”, otras se enfurece, cambian su cara, se alteran e incluso…, no volvemos a verla. Quizás el dolor fue demasiado intenso, quizás no atinamos a ir con la lentitud y sensibilidad requeridas, quizás aún no era “su momento”. Como a veces (¡tantas veces!), nuestra palabra (reflejo y devolución de lo que la persona deposita en nosotros) va a producir dolor, hemos de lograr envolverla en suavidad y hasta ternura, osea en una sensibilidad extrema. Los ayudadores hemos de ser conscientes del dolor que supone tocar las heridas del alma, esas que duelen de verdad y que hasta pueden sobrevivir al tiempo, porque suelen ser atemporales, porque si no se curan, pueden ser eternas, como lo es todo lo que es trascendente e importante.

Esas heridas representan lo más sagrado del ser humano y en ellas se alberga su vulnerabilidad y fragilidad, al tiempo que al sanarlas van a ser su fuente de crecimiento.
Entonces nuestra palabra no puede ir sola. El “decir al otro” ni siquiera resulta ser lo más importante. Nos la jugamos en el “cómo” comunicamos. Ese “cómo”, sería la música que acompaña la letra de una canción. La letra es lo que transmitimos, pero la música es la que permanece. Recordar una canción no es decirla, es tararearla y para eso nos basta la música, que siempre recordamos.

Las personas pueden que olviden lo que les decimos o sencillamente, reinterpreten nuestras palabras, haciéndolas así suyas. Lo que recordarán será la música, el “cómo” les dijimos lo que les comunicamos. Y ese “cómo”, esa “música” tiene mucho que ver con la vocación.

El amor como “instrumento” de nuestro trabajo.

Además de la palabra, nuestra herramienta esencial, son otros muchos los recursos de que disponemos los Ayudadores. Los mejores a los que un profesional puede aspirar, serían: cercanía, apertura de mente y corazón, sensibilidad y amor. Y es que no se puede intervenir en el corazón de la persona si no se ama a la persona en sí misma, sea esta quien sea. Así pensaba María Zambrano sobre este “gran instrumento”: “El amor en el mundo cristiano redime, no al que lo siente como en Platón, sino al que lo recibe. El amor desciende a quien no lo espera, a quien cree no merecerlo, y vence al rebelde, al que se resiste. Es la victoria en la que no existe el vencido”. Por tanto, magnifica y segura “herramienta” la del amor, el amor al ser humano por ser tal. Y naturalmente, el amor a nuestro trabajo, que de nuevo tiene todo que ver con la vocación.

El Lugar de Trabajo como lugar de encuentro.

Nuestro ámbito de trabajo debía ser un lugar de acogida, un lugar de encuentro, un lugar de sosiego y descanso, un “aparcamiento” de “noches oscuras” y un espacio de gestación de amaneceres, de soluciones; un lugar donde la persona encuentre estabilidad y certidumbre y donde en definitiva y lo más importante para nosotros los ayudadores, nos encontremos con nosotros mismos, con lo mejor de nosotros mismos, desechando lo que nos condicione, lo que nos ahogue, los que nos descentre, en definitiva lo que nos distraiga del cometido que vamos a desarrollar con la persona.

Si vamos a ayudar a la ésta a encontrar su solución, dejemos fuera de nuestra mesa de trabajo nuestros propios problemas, evitando hacer realidad el dicho: “en casa del herrero, cuchillo de palo”. ¡Qué nuestro cuchillo sea del mejor metal”.

Cada nueva entrevista o consulta, debería comenzar más o menos así: “Hola, qué tal; bueno soy todo oídos, cuéntame cómo va todo desde el último día que nos vimos…”, quedando, una vez más en espera de que la persona vacíe su corazón, se desahogue, como paso previo a co-construir junto a ella su propia solución.

El privilegio del Terapeuta.

No debemos dudarlo: el trabajar con las personas, con su intimidad más preciada (tantas veces doliente) nos hace ser seres privilegiados. No trabajamos con aparatos o máquinas, trabajamos con lo más preciado de la Creación: las personas. Nuestro objetivo será ayudarlas a lograr una vida más feliz y gratificante, superando lo que les hace sufrir. Como destacamos más arriba, llegar a la luz, derrotando la oscuridad.

Sé que en ocasiones, debido a los problemas que nos exponen, este trabajo se hace difícil, y a veces doloroso, pero también he sentido cómo se goza cuando tenemos el privilegio de ser testigos de que la persona ha logrado su objetivo, ha alcanzado su solución.

En definitiva, se ha hecho a sí misma un poco más libre y feliz.

Sólo me queda desear que dichos momentos de disfrute sean los que prevalezcan en cada uno de nosotros, los Ayudadores, y naturalmente, en las personas que decidan acudir y confiar en nosotros.

Y para terminar, parafraseando en sus versos a Gustavo Adolfo Bécquer, bien podría ser este el resumen de todo trabajo de Terapia:

1. “Del salón en el ángulo oscuro (lo oculto),
2. de su dueña tal vez olvidada (evitada, apartada),
3. silenciosa y cubierta de polvo (tapado desde siempre),
4. Veíase el arpa (lo que la hay, lo presente).
5. ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas…! (cuánta información guardada, silenciada),
6. Esperando la mano de nieve (la pregunta terapéutica),
7. ¡Qué sepa arrancarlas!, (sacarlas a la luz)”.

① En la historia vital de cada persona, siempre hay “ángulos oscuros” que ocultan experiencias dolientes.

② y por el mismo dolor que producen, solemos olvidarnos de nosotros mismos, evitando así enfrentarnos a ellos.

③ ¡Cuánto tiempo oculto! Y por tanto, “cubiertas de polvo” esas experiencias dolientes.

④ Pero sin poder ocultar la realidad de hoy, manifestada en las consecuencias de lo que ocultamos.

⑤ Esas consecuencias, guardan una extraordinaria información, hasta hoy silenciada.

⑥ Hasta que el Ayudador-Terapeuta acierte con la pregunta o el comentario certero, cabal…

⑦ que hace que dicha información emerja, salga a la luz, posibilitando que la solución se abra paso…

                     …Y cuantas veces este último paso (por qué no, poético) ¡parece un milagro!

Miguel Sánchez Zambrano, Ayudador y Terapeuta, sobrino de María Zambrano.

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