María Zambrano, maestra de resilencia.

PERO DE QUÉ MARÍA HABLAMOS?

María Zambrano, maestra de resilencia

La hija de Araceli y Blas, la niña enferma, Antígona, la estoica, la profesora de Universidad, la hermana de Araceli, la lectora compulsiva, la amante de Gregorio del Campo, la madre soltera, la conferenciante, la enamorada de su primo hermano Miguel Pizarro, la discípula pero no secuaz de Ortega y Gasset, la esposa de Alfonso...

Pero... ¿de qué María?:

La maestra de las Misiones Pedagógicas, la amiga de Maruja Mayo, Concepción Arenal, Lezama Lima, de Miguel Hernández, León Felipe, Cernuda, Bergamín, Gil de Biedma, la indignada humanista, la sacerdotisa, la tuberculosa, la sustituta de las clases de Zubiri, la escritora, la dama errante, la herética, la filósofa de la esperanza,

Pero, ¿qué María?: la republicana, la gatuna, la periodista, la mística, la que escribía para defender su soledad, la femenina que no cedía, la Premio Cervantes, la “sin sombrero”, la expatriada, pobre, reconocida, la pitonisa, sabedora de los conocimientos arcanos, ignorada, olvidada, despreciada, la pacifista, la exiliada, la Doctora Honoris Causa, la coqueta, la inspiradora, la que pronunciaba las palabras que salían del corazón, la insomne, la amante de la noche, la que murió recitando a Juan de la Cruz…

Su vida entra en resonancia con los dolores y alegrías de muchas de nosotras como mujeres. Sin embargo su obra, su pensamiento filosófico y su aportación a la historia de la Filosofía, es única.

ORÍGENES E INFANCIA

María Zambrano nace el 22 de abril de 1904 en Vélez-Málaga hija de una maestra, Araceli Alarcón, y de un maestro, Blas Zambrano, lo que marca su educación y su vida. Desde su casa escucha el cante hondo de la cercana peña. Ella describe de sus primeros recuerdos de infancia cómo su padre, sosteniéndola en brazos, le permite alcanzar los limones en el huerto de la casa familiar. Es por ello que, en el Centro María Zambrano, en la entrada ofrecemos limones para la Acogida.

Su padre, Blas, su primer maestro, le enseñó en sus propias palabras:

“Una calidez, una justeza, una armonía, una belleza, una cierta rigidez, como puede ser la de un árbol que tiene hundidas sus raíces en la tierra y la copa muy alta que llega al cielo”.

Su padre la escucha profundamente, en su curiosidad, en sus anhelos… y la escucha de tal manera que de ese espacio de escucha siente que nace su consciencia.

Su madre, Araceli, en palabras de María:

“Con su sonrisilla, con su sonrisilla acogedora, con su dulce ironía, y con aquel decir: regularcita, regularcita, cuando le alababan a su hija”.

No quiere que sea vanidosa, y le trasmite la humildad, el amor de lo femenino que resiste, y que desde la fortaleza se pone al servicio.

Estando de vacaciones con su abuelo materno en Bélmez de la Moraleda (Jaén), María sufre el primer aviso de lo que a lo largo de su vida es una constante: su salud delicada; en esa primera ocasión se la llega a dar por muerta tras un colapso de varias horas y una larga convalecencia.

Cuando María tiene siete años nace su hermana Araceli; Ella es «la alegría más grande de su vida», en sus palabras:

“Con ella descubrí lo que es más importante en mi vida, la hermandad, la hermandad, más que la libertad, la hermandad”.

Ambas nacen en abril, dos mujeres compartiendo una sola vida. Durante 26 años María se encarga de Araceli, de su cuidado, y son hermanas inseparables. En su obra teatral La tumba de Antígona aparecen ambas, Ismene y Antígona.

 

AMORES Y DESENCUENTROS

El primer gran amor platónico de María Zambrano es su primo hermano Miguel Pizarro. Ella tiene 13 años, vive con su familia en Segovia. Él es un joven, brillante, poeta de 20 años, recién salido de la Facultad de Filosofía y Letras de Granada. Se ha movido en el círculo intelectual de "El Rinconcillo" y sus amigos son Federico García Lorca, Falla, Manuel Ángeles Ortiz...

Lorca, fascinado también con Miguel Pizarro, le describe en un poema como “Flecha sin blanco”.

Blas, tan amoroso con María, prohíbe a María la relación con su primo, calificándola de incestuosa. Cuando María tiene 17 años, Miguel lo abandona todo y se va a Japón. Es entonces cuando conoce en Segovia a un guapo joven alférez de artillería, Gregorio del Campo, un hombre básico e instintivo que la seduce, e insiste hasta que María cede.

 

SU EXPERIENCIA DE MATERNIDAD

El gran secreto de María, que quedó desvelado veinte años después de su muerte, son las 70 cartas de amor adolescente que le escribe a Gregorio del Campo. Esta “proto-maría”, expresa con sorpresa el descubrimiento de su cuerpo, de la sexualidad, del sufrimiento, de la soledad y del dolor de vivir un embarazo a los 19 años con el desapego de su pareja.

A los pocos meses pierde al “nene”, y elabora su duelo escribiéndole a su hijo una carta de despedida. Queda su último reproche a Gregorio:

“El nene pobrecito, ya se ha muerto, no sé por qué los días de sol me acuerdo más de él, ahora me muero yo, y ya te quedas tranquilo”.

Se confirma en su vida y en su experiencia de maternidad una de sus frases sapienciales: “Lo que no pasa por el corazón, nace muerto”.

 

LA RAZÓN POÉTICA, FRUTO DE SU PROPIA VIDA

Aunque Miguel Pizarro regresa de Japón en 1925, no vuelve a ver a su prima hasta tres años después. La relación se rompe en mil ocasiones para volverse a reanudar otras tantas. Y es que Miguel Pizarro es una constante en la vida de María. Un año después de la muerte de Miguel, María Zambrano escribe una carta a Jorge Guillén:

«Cuando lo conocí yo era una niña y él un joven brillante y lleno de cualidades que yo admiraba, y él me llevó al mundo de la poesía y de la belleza. Mi padre me había llevado siempre por el camino de la Filosofía. Yo he buscado la unidad, la fuente escondida de donde salen las dos, pues a ninguna he podido renunciar».

De su lealtad inconsciente a los dos hombres de su vida surge el núcleo de su obra: la razón poética.

 

FILÓSOFA, ESTUDIOSA, ESCRITORA

En esa época es una brillante joven universitaria, estudiante de filosofía. Los apuntes de Tomás de Aquino sobre la mesa del escritorio, le hacen ver una pequeña “lucecica” al fondo del túnel, y la salvan de una profunda depresión. Estudia para ser libre, para transcender el dolor y ver más allá. El conocimiento desde el corazón la salva.

Su relación con Ortega y Gasset la marca profundamente. Como ella misma se autodefinirá, será “no secuaz, sino discípula”. Cuando María publica su artículo “Hacia un saber sobre el alma”, Ortega la llama a su despacho para recriminarle que avanzara sin su supervisión, tal vez sintiéndose amenazado por la propuesta brillante y vanguardista de su discípula. La discípula sale llorando por Gran Vía. Pero no duda en situarse en las antípodas del maestro respecto a su defensa de la democracia y avanza con más libertad aún en sus planteamientos filosóficos. De Ortega parte, sí. Y posteriormente se construye a sí misma.

María contrae matrimonio con 32 años con el historiador Alfonso Rodríguez Aldave, compañero en las Misiones Pedagógicas. Su relación será conflictiva. Tras su divorcio, con 44 años, le preguntan qué ocurrió y ella tan solo responde: “me dio lo que pudo”.

 

GUERRA CIVIL Y EXILIO

María Zambrano

Durante la guerra colabora con la República siendo nombrada Consejera de Propaganda y Consejera Nacional de la Infancia Evacuada. Ella, que había perdido a su “nene”, se compromete en el acompañamiento de los menores que huían de la guerra, aterrorizados por los bombardeos, solos y sin sus padres. Es entonces cuando muere su padre en Barcelona.

Huye de España el 28 de enero de 1939. Tiene entonces 35 años. Ese mismo día cruza la frontera francesa, camino del exilio en compañía de su madre, su hermana Araceli y el marido de ésta. Avanzan lentamente en un coche prestado. Desde la ventanilla contempla entre la marea humana a Antonio Machado anciano, con su madre, caminando. Ella se baja del coche y, de su brazo, cruzan la frontera.

Recuerda la mirada de un cordero blanco que un hombre transportaba sobre sus hombros. Don Antonio muere en Colliure. María, cuando vuelve a España con su pelo blanco, se reconoce en el cordero blanco, como víctima sacrificial, que vuelve cuarenta y cinco años después.

Su madre muere en Francia y ella no puede acompañarla. En París se reencuentra con su hermana Araceli, torturada por los nazis, al borde de la locura y con un estrés postraumático severo que la acompañará el resto de su vida. Se queda con ella hasta la muerte de ésta en 1972 en Ginebra.

En su pasaje como dama errante, acompañada por Araceli, vive en París, México, La Habana, Puerto Rico, Roma, La Pièce, Ferney Voltaire, Ginebra... Allí donde llega, despierta profundas amistades, contagia su entusiasmo en sus clases y continúa su magnífica obra constantemente.

 

MARÍA Y LOS GATOS

Se gana la vida con sus artículos, atravesando graves dificultades económicas, que llegan a afectar a su salud. En Roma, cae en mitad de la calle, desfallecida de cansancio y de debilidad. Tiene que abandonar Italia, por una denuncia a las autoridades, a causa de los muchos gatos con los que convivía en su residencia. Consideraba que toda la sabiduría de Egipto residía en el cuerpo de los gatos, y que la persona que entendiera a un gato alcanzaría todo su conocimiento.

Sus amigas y amigos la sostienen en la medida que pueden con ayudas económicas y acuden a ella para consultarle, porque posee la capacidad socrática de acompañarles al espacio donde surge la propia conciencia, y donde es necesario que cada uno, cada una, genere sus propias respuestas.

 

RECONOCIMIENTO Y MEMORIA

Mientras tanto, en España, tras muchos años de desprecio, silencio y olvido, poco a poco se empieza a dar valor a la escritora y comienza a recibir reconocimientos a sus aportaciones intelectuales: el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, el Ayuntamiento de Vélez-Málaga, su ciudad natal, la nombra Hija Predilecta, la Junta de Gobierno de la Universidad de Málaga acuerda su nombramiento como Doctora Honoris CausaHija Predilecta de Andalucía y el Premio Cervantes.

María desde su capacidad de crecer frente a la adversidad, abandona todo tipo de narrativa victimista del exilio, no se deja seducir por el drama y el desgarro, se adueña de su historia, de la línea de su vida, y elabora una nueva narrativa:

"El exilio que me ha tocado vivir es esencial. Yo no concibo mi vida sin el exilio que he vivido. El exilio ha sido como mi patria, o como una dimensión de una patria desconocida pero que una vez que se conoce, es irrenunciable", escribió unos años después de su vuelta a Madrid en 1984. Asiente a su vida, aceptando su historia, dotando a su experiencia traumática de un nuevo significado.

En Madrid pasa la última etapa de su vida. Fallece el 6 de febrero de 1991, con 87 años. Muere como vivió, recitando el Cántico Espiritual de Juan de la Cruz.

Ella que conoció el dolor, enfrentó su sufrimiento estoicamente, entendiéndolo como filosofía sanadora, medicinal, porque permite resistir ante las adversidades de la vida. Fue la filósofa de la esperanza, amó la realidad, se amó a sí misma como mujer, y amó a los demás como eran. Es la única mujer del '27, la única sin sombrero, que recibe el justo reconocimiento a su obra en vida.

"No siendo nada o apenas nada, por qué no sonreír al universo, al día que avanza, aceptar el tiempo como un regalo espléndido...", escribe María Zambrano en Delirio y destino, resumiendo su actitud de permanente celebración de la Vida. Celebramos también nosotros la Vida de María Zambrano, maestra de resiliencia, maestra de humanidad.

-MARÍA ARTACHO SÁNCHEZ. Psicóloga y Directora del CMZ.

Como Psicóloga y Filóloga, me interesa la vida de María Zambrano, su constelación familiar y la línea de vida. Escribo desde una perspectiva biografista y transgeneracional. Comprender la génesis vivencial que da lugar a sus planteamientos filosóficos, abre un espacio para que vida y obra aparezcan ligadas, tal y como lo estuvieron en la realidad. Me fascina la capacidad de María para integrar la razón y la poesía, lo cognitivo y lo emocional, la psique y la palabra.

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Perdonar no significa sentirse como antes de recibir la ofensa.

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El Perdón

Perdonar: su significado.

Perdonar no significa sentirse como antes de recibir la ofensa.

Perdonar no es renunciar a nuestros derechos. Hay quienes piensan que el perdón conlleva la incitación de reincidir a quien
se perdona (por ejemplo perdonar una agresión sexual sería como animar indirectamente a que se repita).

Esto significaría que el que perdona renuncia a que se haga justicia. El perdón que no combate la injusticia no es signo de
fuerza y valentía, sino de debilidad y falsa tolerancia.

Es justo lo que algunos obispos no han entendido, no interviniendo con firmeza, al tener conocimiento de los abusos sexuales cometidos por un sacerdote bajo su jurisdicción. Por tanto, el perdón no anula ni sustituye a la justicia.

El perdón emerge de la humildad. El perdón no conoce la suficiencia. Es discreto, incluso silencioso. No depende de la
sensibilidad ni de la emotividad, sino que emerge del fondo del corazón, animado por el Espíritu.

El perdón actúa aún cuando el perdonado lo rechace, siendo ante todo, una disposición del corazón, por lo que siempre es posible
concederlo puesto que el propio perdonador, recobrando este la paz y libertad interiores con independencia de la actitud que tomara el perdonado.

Estos serían los 5 pasos del perdón:
El perdón requiere de un proceso, de un camino a recorrer. He aquí sus pasos:

1º Paso: Renunciar a la venganza. Así se comienza el camino de la sanación y el crecimiento personal del perdonador.

2º Paso: Reconocer la herida, el propio sufrimiento. No lograremos perdonar si negamos la ofensa recibida. Esta es como un anzuelo enganchado en un dedo. Nunca podre quitármelo si trato de arrancarlo. Deberé hundirlo más en el dedo para así sacar la punta y lograr extirparlo.

3º Paso: Aceptar la posible cólera por la injuria recibida. Si aquella se reprime impediría la llegada del autentico perdón. Esto no significará fomentar el resentimiento.
La cólera es una emoción natural y por tanto pasajera que se auto consume al experimentarla y por eso no es sano reprimirla.

4º Paso: Comprender al ofensor jamás significara excusarlo ni disculparle. Comprenderle será indagar en todas las dimensiones de su persona y sobre todo, en los motivos de su falta. Por tanto buscando en nada de perdonar con los ojos cerrados. Bien al contrario conocer lo más posible al ofensor, sus motivos, sus porqués, al rechazar al que nos rechaza estamos asumiendo el acto de rechazar, que es justo lo que el ofensor está haciendo con nosotros.

Si nos hiere su actitud condenatoria, en realidad la convertimos en una pantalla donde se refleja nuestra propia actitud de condenar a quien nos condena. Esa disposición a condenar habita en la “zona oscura” de cada uno. En definitiva no condenar al ofensor es también no condenar a mi sombra. Llegar a amar al ofensor (amar al enemigo) es una oportunidad de increíble crecimiento personal, pues sería comenzar a amar a mi propia “sombra”, mi “zona oscura”.

5º Paso: buscar la “intención positiva” del ofensor. Puede parecer extremadamente duro, difícil, pero también imprescindible para allanar el camino al perdón.

Pongamos el caso, sin duda sufriente de un hijo homosexual. ¿Cómo no entender que una madre que rechaza a ese hijo, por
tener la orientación sexual con la que ella lo engendró, solo persigue alejarse de la posibilidad de ser condenada a su vez por
el Dios en el que ella cree? ¿Cómo no comprender que dicha madre en realidad se rechaza a si misma al haber engendrado un
hijo cuyo comportamiento se aleja del que ella cree moralmente bueno?

¿Cómo no comprender al padre que rechaza la opción sexual de su hijo, pues prevé las dificultades reales que tendrá a nivel de
relaciones, a nivel social, incluso laboral? ¿Cómo no entender que el obispo que condena la opción homosexual lo hace en base a lo que él cree justo y apropiado según la Escritura, o la interpretación de la misma que a él se le ha dado y que ha asumido sin discernimiento profundo?

Además, comprender a fondo la actitud y comportamientos del ofensor no es solo el camino apropiado para llegar al perdón;
también lo es para propiciar en él el cambio y apostar por que llegue a erradicar su actitud condenatoria.

6º Paso: El sentido positivo de la ofensa. Toda acción humana contiene un sentido positivo en su interior. Toda acción humana proviene de un ser humano y este camina inexorablemente hacía el bien pues camina hacia Dios, de donde procede. El día en que el hombre logre centrarse en dichos aspectos, obviando los que en tantas ocasiones le llevan al mal y al sufrimiento, ese día habrá
logrado alcanzar lo que tanto ansia: la felicidad. Bajo este axioma (toda acción contiene un sentido positivo) vamos a trabajar lo que vengo en llamar el sentido positivo de la ofensa. Esto requiere estar verdaderamente dispuesto a perdonar al ofensor.

El sentido de la ofensa no es dañar al ofendido. El ofensor la ejerce, en principio, para protegerse a sí mismo ó para proteger (eso al menos es lo que él cree) al ofendido. Pensemos en esa madre rechazante. Su acción no va dirigida para causar daño al hijo. Ella cree que este ya está dañado. Su homosexualidad es el daño.
El rechazo va encaminado a procurar su reacción y que abandone así su “desviación sexual”. Así se protege ella misma de ser una
mala madre por tener un hijo de esas características y hacer todo lo posible porque deje de serlo. Pero vamos a ir más allá. Hemos de descubrir lo que a nosotros mismos nos aporta, nos enseña dicha ofensa, dicho rechazo. ¿Cómo nos hará crecer?

En el 1º momento, al sentir la ofensa sobre nosotros recibimos un fuerte “shock”. Parece que todo se tambalee y nos invade la inseguridad. Bien, pues dejemos que todo se derrumbe. Lo que tras el terremoto de la ofensa permanezca en pie es que estará
construido sobre roca. Lo que definitivamente se derrumbe, será solo escombro que habrá que limpiarlo de nuestra vida y que
cuanto antes caiga mucho mejor. Pero puede haber parte (seguramente la mayor parte) que quede seriamente afectada, pero
sin venirse abajo.
Será hora de consolidar, afirmar y reparar lo dañado, con lo cual quedará definitivamente consolidado. Se abre así la posibilidad de poder llegar a dar las gracias al ofensor, estando abierta al modo en que cada cual lo enfoque y sea capaz de vivir el acto ofensivo.

7º Paso: La reconciliación. El perdón no requiere necesariamente volver a relacionarse con el perdonado. Si perdón y reconciliación los hacemos sinónimos, estaremos dificultando enormemente el proceso. Podemos perdonar y no continuar la relación y podemos perdonar y desear continuarla y aún en este último caso no tendría que ser del modo anterior al hecho que provoco la ofensa y
consiguiente separación.
En definitiva, la reconciliación sería lo más deseable tras el perdón entre familiares o personas con relaciones muy estrechas,
pero la misma exigiría un esfuerzo por ambas partes. Un esfuerzo cuya base sería la aceptación real de la persona antes ofendida. Si
no es así la relación se haría insoportable pues podría significar todo lo contrario, que el ofendido tuviese que aceptar los
argumentos que antes le ofendieron. Sería entonces forzar una situación que no podría llevar a una buena relación.

El perdón de Dios.

Para entender cómo “es” el perdón divino basta con observar el comportamiento y actitud de Jesús ante el pecador. Jesús se posiciona bien lejos de una actitud altiva, moralizante y muchísimo menos condenatoria.

Su actitud, bien al contrario, es humilde y comprensiva y lo más original, es profundamente receptiva. El “dona” el perdón y al
tiempo acepta las “donaciones” de los perdonados. Esto hace que de inmediato se establezca una relación de real igualdad, de tú a tú, podríamos decir. A la samaritana le pidió de beber; al encontrarse ante Zaqueo, le pidió que le invitase a su casa; se complació y
defendió públicamente que aquella mujer pecadora le rociara los pies con un caro perfume.

Está claro que el perdón de Dios renuncia al castigo, bien al contrario, enseguida organiza una fiesta cuando reconocemos lo
que no hicimos bien. Así lo manifiesta ante el hijo pródigo que tanto sufrimiento causó a su padre, o ante la oveja que se pierde.
Es una paradoja difícil de comprender: que quien ha obrado mal, al rectificar, merece una fiesta en vez del castigo.

Miguel Sánchez Zambrano

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La ayuda terapéutica, entre la psicología y la filosofía. Reflexión sobre el trabajo del terapeuta en la relación de ayuda, en base al pensamiento de la filósofa María Zambrano.

A modo de introducción.

En este articulo pretendo ir entrelazando el pensamiento filosófico-humanista de María Zambrano con los principios básicos que considero han de conformar el trabajo terapéutico.

Éstos serán los apartados de nuestra reflexión: la vocación profesional; el Problema que nos trae la persona y la Solución que anhela; el amor como principal “herramienta” de nuestra labor; el lugar donde trabajamos y por último, el privilegio de ser depositarios de la intimidad de los demás.

La profesión como vocación.

Así es como pensaba María acerca del trabajo de cada cual: “en vez de profesión, debía llamarse vocación”.

Sin duda alguna, la 1ª clave del trabajo del Ayudador (mejor que Psicólogo o Terapeuta) sea sentir nuestro trabajo como una vocación. Sin descartar “nuestras obligaciones” profesionales, vivir el mismo desde la vocación no ya por aquel, sino fundamentalmente por la persona para la que trabajamos. Esto va a marcar muy significativamente nuestro quehacer diario.

El problema y la solución.

Los Ayudadores, antes que centrarnos en los problemas y dejarnos “seducir” por ellos, debiéramos esforzarnos en elaborar posibles soluciones. El problema es como la oscuridad, que sólo desaparece al hacerse la luz.

Tendríamos que combatir dicha “seducción” y no enredarnos en su red. La luz es la única que no teme la oscuridad, cómo la solución no teme al problema. Por el contrario éste sí que huye de aquella, pues ante ella, solo le toca morir, desaparecer. Por eso, el problema va a usar todas sus artimañas para “seguir vivo”. La mentira y el engaño, el “lo mismo, después de tanto tiempo, vas a estar peor sin mí”, va a ser su arma seductora.

Suele pasar que aprendamos a manejarnos cómodamente en la oscuridad (el problema). La vista se acostumbra a ella. Sin embargo, el Sol (la solución) nos puede cegar y si no estamos preparados, nos puede quemar. A la luz (la solución) también hemos de acostumbrarnos y en los primeros momentos, quizás tengamos que ayudar a la persona a usar gafas oscuras.

El germen de la solución se encuentra latiendo ya en el propio problema. Dicha solución lucha por salir de su matriz (el problema) y a veces, cuántas veces, hemos sido testigos de ¡cuán difícil se hace el parto!

Así es como pensaba María Zambrano cuando expresaba que: “La noche es una oscuridad transitoria que conduce al alba”.

Y es que la noche (el problema) es la matriz donde se forja el amanecer (la solución). Parafraseándola podemos decir (y así nos lo dice nuestra experiencia de trabajo) que el problema y su correspondiente sufrimiento son oscuridad, la “noche oscura” de San Juan de la Cruz. Pero una oscuridad transitoria, que conduce irremediablemente a la luz, al despertar, a la solución.

Las personas que acuden a nosotros día a día, vienen cargadas de problemas por los que no son felices, buscando soluciones. A todos tenemos que decirles y decirnos a nosotros mismos, que las soluciones no las encontraran ni en nuestro despacho, ni en ningún otro lugar, pues las soluciones, las de verdad, están en nosotros mismos, en nuestro propio centro interior. Si en nuestro interior hemos forjado el problema, en ese mismo lugar, vamos a encontrar la solución.

María Zambrano, en este sentido, nos da ejemplo de cómo lograr resolver de modo admirable (casi envidiable) uno de sus principales problemas como lo fue su exilio de 1939. Más que problema, fue un auténtico drama humano sufrido por mi tía y su familia y que afectó a todas las facetas de su vida. No obstante, ese gran drama, lo supo reconvertir en materia de creación, acabando por reconocerlo como su “auténtica patria” (así es como María redefinió su exilio). Reiteradamente así lo manifestó ella misma.

La palabra, nuestro bisturí.

Trabajamos con la palabra, (pincel del artista, cincel del escultor) y con ella, como si de un bisturí se tratase, hemos de llegar al corazón de la persona, dónde radica el dolor por los problemas que nos exponen. Pero, atención, en nuestro trabajo no existe la anestesia, por lo que el sufrimiento durante el “proceso de solución” está asegurado. Es por lo que al tratar los problemas, vemos cómo la persona a veces se “rebela”, otras se enfurece, cambian su cara, se alteran e incluso…, no volvemos a verla. Quizás el dolor fue demasiado intenso, quizás no atinamos a ir con la lentitud y sensibilidad requeridas, quizás aún no era “su momento”. Como a veces (¡tantas veces!), nuestra palabra (reflejo y devolución de lo que la persona deposita en nosotros) va a producir dolor, hemos de lograr envolverla en suavidad y hasta ternura, osea en una sensibilidad extrema. Los ayudadores hemos de ser conscientes del dolor que supone tocar las heridas del alma, esas que duelen de verdad y que hasta pueden sobrevivir al tiempo, porque suelen ser atemporales, porque si no se curan, pueden ser eternas, como lo es todo lo que es trascendente e importante.

Esas heridas representan lo más sagrado del ser humano y en ellas se alberga su vulnerabilidad y fragilidad, al tiempo que al sanarlas van a ser su fuente de crecimiento.
Entonces nuestra palabra no puede ir sola. El “decir al otro” ni siquiera resulta ser lo más importante. Nos la jugamos en el “cómo” comunicamos. Ese “cómo”, sería la música que acompaña la letra de una canción. La letra es lo que transmitimos, pero la música es la que permanece. Recordar una canción no es decirla, es tararearla y para eso nos basta la música, que siempre recordamos.

Las personas pueden que olviden lo que les decimos o sencillamente, reinterpreten nuestras palabras, haciéndolas así suyas. Lo que recordarán será la música, el “cómo” les dijimos lo que les comunicamos. Y ese “cómo”, esa “música” tiene mucho que ver con la vocación.

El amor como “instrumento” de nuestro trabajo.

Además de la palabra, nuestra herramienta esencial, son otros muchos los recursos de que disponemos los Ayudadores. Los mejores a los que un profesional puede aspirar, serían: cercanía, apertura de mente y corazón, sensibilidad y amor. Y es que no se puede intervenir en el corazón de la persona si no se ama a la persona en sí misma, sea esta quien sea. Así pensaba María Zambrano sobre este “gran instrumento”: “El amor en el mundo cristiano redime, no al que lo siente como en Platón, sino al que lo recibe. El amor desciende a quien no lo espera, a quien cree no merecerlo, y vence al rebelde, al que se resiste. Es la victoria en la que no existe el vencido”. Por tanto, magnifica y segura “herramienta” la del amor, el amor al ser humano por ser tal. Y naturalmente, el amor a nuestro trabajo, que de nuevo tiene todo que ver con la vocación.

El Lugar de Trabajo como lugar de encuentro.

Nuestro ámbito de trabajo debía ser un lugar de acogida, un lugar de encuentro, un lugar de sosiego y descanso, un “aparcamiento” de “noches oscuras” y un espacio de gestación de amaneceres, de soluciones; un lugar donde la persona encuentre estabilidad y certidumbre y donde en definitiva y lo más importante para nosotros los ayudadores, nos encontremos con nosotros mismos, con lo mejor de nosotros mismos, desechando lo que nos condicione, lo que nos ahogue, los que nos descentre, en definitiva lo que nos distraiga del cometido que vamos a desarrollar con la persona.

Si vamos a ayudar a la ésta a encontrar su solución, dejemos fuera de nuestra mesa de trabajo nuestros propios problemas, evitando hacer realidad el dicho: “en casa del herrero, cuchillo de palo”. ¡Qué nuestro cuchillo sea del mejor metal”.

Cada nueva entrevista o consulta, debería comenzar más o menos así: “Hola, qué tal; bueno soy todo oídos, cuéntame cómo va todo desde el último día que nos vimos…”, quedando, una vez más en espera de que la persona vacíe su corazón, se desahogue, como paso previo a co-construir junto a ella su propia solución.

El privilegio del Terapeuta.

No debemos dudarlo: el trabajar con las personas, con su intimidad más preciada (tantas veces doliente) nos hace ser seres privilegiados. No trabajamos con aparatos o máquinas, trabajamos con lo más preciado de la Creación: las personas. Nuestro objetivo será ayudarlas a lograr una vida más feliz y gratificante, superando lo que les hace sufrir. Como destacamos más arriba, llegar a la luz, derrotando la oscuridad.

Sé que en ocasiones, debido a los problemas que nos exponen, este trabajo se hace difícil, y a veces doloroso, pero también he sentido cómo se goza cuando tenemos el privilegio de ser testigos de que la persona ha logrado su objetivo, ha alcanzado su solución.

En definitiva, se ha hecho a sí misma un poco más libre y feliz.

Sólo me queda desear que dichos momentos de disfrute sean los que prevalezcan en cada uno de nosotros, los Ayudadores, y naturalmente, en las personas que decidan acudir y confiar en nosotros.

Y para terminar, parafraseando en sus versos a Gustavo Adolfo Bécquer, bien podría ser este el resumen de todo trabajo de Terapia:

1. “Del salón en el ángulo oscuro (lo oculto),
2. de su dueña tal vez olvidada (evitada, apartada),
3. silenciosa y cubierta de polvo (tapado desde siempre),
4. Veíase el arpa (lo que la hay, lo presente).
5. ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas…! (cuánta información guardada, silenciada),
6. Esperando la mano de nieve (la pregunta terapéutica),
7. ¡Qué sepa arrancarlas!, (sacarlas a la luz)”.

① En la historia vital de cada persona, siempre hay “ángulos oscuros” que ocultan experiencias dolientes.

② y por el mismo dolor que producen, solemos olvidarnos de nosotros mismos, evitando así enfrentarnos a ellos.

③ ¡Cuánto tiempo oculto! Y por tanto, “cubiertas de polvo” esas experiencias dolientes.

④ Pero sin poder ocultar la realidad de hoy, manifestada en las consecuencias de lo que ocultamos.

⑤ Esas consecuencias, guardan una extraordinaria información, hasta hoy silenciada.

⑥ Hasta que el Ayudador-Terapeuta acierte con la pregunta o el comentario certero, cabal…

⑦ que hace que dicha información emerja, salga a la luz, posibilitando que la solución se abra paso…

                     …Y cuantas veces este último paso (por qué no, poético) ¡parece un milagro!

Miguel Sánchez Zambrano, Ayudador y Terapeuta, sobrino de María Zambrano.

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El Perdón

Perdonar no significa sentirse como antes de recibir la ofensa.

Perdonar no es renunciar a nuestros derechos. Hay quienes piensan que el perdón conlleva la incitación de reincidir a quien
se perdona (por ejemplo perdonar una agresión sexual sería como animar indirectamente a que se repita).

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Las Crisis en la Pareja

Dicen que la peor de las relaciones de pareja, es siempre mejor que no tener ninguna relación.

Qué duda cabe que nos encontramos y unimos a otra persona para crecer.

 Cuantas veces mi pareja es mi espejo y en él (quiera o no) veo tanto lo que me gusta de mi mismo como lo que no.

En ocasiones las parejas firman, sin ser conscientes, una especie de contrato invisible, nunca explicitado, que los dos pactan sin reconocerlo abiertamente, como si dijeran de algún modo: "Yo me ocupo de estos asuntos que para ti son difíciles, y tú te ocupas de esos otros, que para mí son difíciles".

Por ejemplo puede ocurrir que uno le dice al otro: "Yo me ocupo de que tú no tengas que desarrollarte en el ámbito relacional o emocional, de que no tengas que enfrentarte a ciertos temores que te asustan". Y a veces el otro le dice "Yo me ocupo de que tú no tengas que encarar tu inseguridad respecto a tu autonomía y tu valor".

Hay miles de variantes a través de las cuales los miembros de la pareja, en un plano no consciente, tratan de protegerse el uno al otro de lo que en definitiva son sus sombras, sus carencias.

En este sentido hace un contrato de "ayuda", entendida como protección frente a las dificultades de cada uno. Entonces, al esquivar enfrentarse a las dificultades , el crecimiento de cada uno y de la pareja en sí, se paraliza.

Puede suceder que un día uno de los dos o los dos sienta que eso ya no le llena, ya no es suficiente, ya no es suficiente, que vive en una cárcel demasiado cómoda y que crecer y madurar significa también atravesar cada uno sus dificultades interiores y enfrentar al otro a las suyas propias.

Entonces puede suceder que uno de los dos (o los dos) decidan hacer un cambio importante. Por ejemplo, que uno diga "Es demasiada carga para mí tomar sobre mis espaldas tus dificultades o tus temores; en esto ya no puedo ayudarte y necesito retirarme". Es un intento de seguir ayudando al otro, pero esta vez enfrentándolo a sus dificultades (y enfrentándonos a nuestras dificultades), lo que conlleva una etapa de crecimiento que aparecerá en forma de Crisis y si no logran permanecer unidos y superar la Crisis, en última instancia puede surgir la separación.

Miguel Sánchez Zambrano

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¿Qué hacer ante un hijo con comportamientos conflictivos?

¿QUÉ HACER ANTE UN HIJO CON COMPORTAMIENTOS CONFLICTIVOS?

“Se ha vuelto muy egoísta, nos somete a sus caprichos y cree que el mundo gira a su alrededor. No podemos con él…”.

Frases como estas, dichas por padres y madres preocupados y en muchos casos angustiados, denuncian un problema que transciende el ámbito familiar, llegando al escolar y al social.

Al contrario de lo que puede pensarse no es un problema propio de la familia actual. Sorprende que en el 720. a. de C. Mesiodo se expresaba así:

“No tengo esperanza en el futuro porque esta juventud es desenfrenada y ociosa y no respeta a los padres.” Parece que el problema sea tan antiguo como la humanidad.

Perfil del adolescente conflictivo
Nos encontramos ante un muchacho (predominan los varones, aunque crece el nº de chicas) entre los 12 y 17 años que infringe violencia a los padres, tanto emocional (voces, chantajes, coacciones…) como física (agresiones, rotura mobiliario…), sin capacidad de autocontrol (“me da el punto”, suelen decir), no preparados para asumir frustraciones y conscientes de conseguir lo que se proponen.

En definitiva, tenemos a un chico que se ha hecho con el poder relacional de la familia, que no sabe manejarlo, causando daño a los padres y a él mismo.

Un hijo no nace con comportamientos conflictivos. Los adquiere en tanto los padres pierden el control y autoridad sobre él.

Repasemos situaciones concretas que evidencian la pérdida de dicha autoridad: así cuando los padres no cumplen lo advertido al hijo, le transmiten que él puede con ellos. Cuando aplican soluciones reiteradamente ineficaces, a los problemas que presenta el hijo, le trasmiten que se equivocan repetidamente y que no pueden con él. Cuando dicen “no” y luego ceden y no cumplen con lo dicho, le transmiten al hijo “tienes tanto poder sobre nosotros que logras cambiarnos de opinión”. Cuando están divididos ante que hacer o decir al hijo, le están transmitiendo: “lo has logrado, divide y vencerás. Tú tienes el poder”. Igualmente cuando solo hay sermoneo sobre cómo ha de comportarse y no se lo concretan en hechos, trasmiten: “nosotros solo tenemos el poder de las palabras que el viento se las lleva. Tú con tus hechos sí que demuestras tu poder sobre nosotros”. Al final los padres, desorientados, acaban diciéndole “puedes conmigo” o “me siento impotente”, con lo que evidencian al hijo su nula autoridad, al tiempo que discuten y se descalifican mutuamente, acusándose no poder controlar al hijo, quedando así seriamente dañada la relación de pareja.

El trabajo con los padres es prioritario, en el convencimiento que su cambio incide directamente en el cambio del hijo, con lo que en muchos casos este no llega a tener que acudir a la consulta. Así los objetivos de la Terapia serán:
1/Abordar los cambios necesarios para lograr el buen funcionamiento educativo de los padres.
2/Mediar para que los padres lleguen a acuerdos en el hacer y decir al hijo, transmitiendo a este su determinación de cumplir dichos acuerdos.
3/Reforzar (siempre) al hijo en lo que este sí funciona y desde ahí ampliar e ir ganando terreno a lo que aún no funciona.
4/Reconstrucción del vínculo afectivo con el hijo, muy deteriorado por el conflicto.
5/ Incremento de la relación conyugal de la pareja, deteriorada por la conflictividad del menor, no girando en torno al hijo.

En definitiva, el mensaje que en Terapia habrá que decir a los padres, sería:”no tenéis un hijo con problemas (de lo que pueden sentirse culpables). Sois parte del problema que todos sufrís y que se manifiesta en el comportamiento de vuestro hijo”.

En el “Centro de Terapias” consideramos a los padres como expertos en sus hijos, formando así un “Equipo” junto a los Profesionales del Centro, expertos en Terapia, logrando así que los padres se sientan competentes, trabajando con sus propios recursos y reforzándolos como figuras de autoridad y valía, ayudándoles a lograr una educación eficaz y gratificante, una vez restablecido el poder relacional y el control sobre el hijo.

La siguiente frase, expresada por unos padres refriéndose a su hijo de 13 años, tras los logros alcanzados en el trabajo terapéutico, resume lo conseguido con el menor, este les dice: “me estáis pisoteando. Os habéis puesto que no hay quien pueda con nosotros”.

Ahora es el hijo quien, con esa frase, informa a los padres que al fin han recuperado su autoridad y han dado al hijo los límites que, por su edad, necesita.

El “Centro de Terapias y Atención a la Familia” (Homologado por la Junta de Andalucía) cuenta con un amplio Equipo multidisciplinar que bajo la dirección de Miguel Sánchez Zambrano está especializado en el abordaje de toda la problemática que pueda darse en la familia (relaciones de pareja, adicciones, fobias, ansiedad, depresión, diversas patología anímicas… además de la atención a los menores conflictivos). El Centro ofrece terapias de 3ª generación (Mindfulness y Biodescodificación), así como un Programa completo de Terapias Naturales (Acupuntura, Quiromasaje, Reiki, etc.). Se completa la oferta con un Programa específico de atención a personas dependientes y otro de formación en Terapia Sistémica Familiar dirigido a estudiantes y profesionales.
El Centro cuenta con tarifas especiales para estudiantes, desempleados y tercera edad.

Miguel Sánchez Zambrano

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El "ciclo violento" en la pareja

 

Frecuentemente constatamos cómo la mujer agredida permanece junto al agresor durante años, o permite su cercanía cuando lo prohíbe una ley judicial.Trataré de explicar el porqué de este comportamiento.

El acto violento tiene principio y fin. El "ciclo violento" es permanente y explica la dificultad de alejarse del maltratador una vez pasada la Agresión, fase intermedia entre Tensión y Remisión.

La Fase de Tensión resulta de diferentes conflictos entre agresor y agredido. Aquel se comporta de forma tiránica, esperando satisfacer sus caprichos (los que expresa y los que sólo ha imaginado). La agredida ha de adivinar lo que desea "su dueño". Y dárselo sin rechistar.

El agresor iniciará el "ciclo violento" porque ella no acierta sus deseos o porque no satisface cualquier hecho cotidiano: si toma café y ese día prefiere té, en vez de decirlo se mostrará exasperado ante su café, o si los niños alborotan u él quiere estar tranquilo...Será suficiente para justificar su reacción y lo peor, su acción violenta.

La Agresión.- Acontece ahora la segunda fase (agresión), explosión de la violencia. Cuanto más antigua sea la relaci´n, más frecuentes serán las agresiones.

Tras la agresión, la remisión (fase de calma). A la violencia sucede una relativa tranquilidad conocida como "interludio amoroso". Representa el refuerzo que el agresor proporciona a la víctima para mantenerla junto a él. Disculpará su comportamiento mediante regalos o actitudes agradables. La estrategia consiste en disuadir a la víctima de que tome medidas de protección (denunciarle, abandonar el hogar...) y reforzar la dependencia emocional entre ambos. Tratará de convencerla de que en el fondo es bueno y que la quiere, y que en el futuro todo será diferente: propone realizar la excursión siempre pospuesta, se muestra alegre... y lo peor, tierno y cariñoso, haciéndole ver que en realidad así es él y que si lo ama de verdad, habrá de perdonarlo prometiéndole que todo va a cambiar.

Lo que ocurre a continuación se torna dramático, pues la mujer, herida moral y físicamente necesita de esa ternura que, si bien puede ser sincera, será una trampa mortal: ante esa humana necesidad, la mujer accederá a sus caricias y en un tanto por ciento elevado accederá a la máxima expresión de ese "buen momento": hacer el amor. Él lo necesita para confirmar que "no es tan malo", ya que su mujer se vuelve a entregar, y ella lo necesita para calmar su dolor (de cuerpo y de corazón) y "creerse"que ya se ha producido el "cambio". El conseguirá su objetivo de autoconfirmarse en su bondad como persona. Ella, de algún modo, lo está premiando al entregarse amorosamente a él después de los insultos y golpes. Es como si un adolescente tras suspender todas las asignaturas, `prometiera aprobar en septiembre y además con nota. Inmediatamente pedirá por adelantado la moto prometida por sus padres para cuando aprobara.

El chico estudiará, no cabe duda, y al padre le quedan dos opciones: una, esperar a los notables  prometidos en septiembre, y otra: al cabo de unos días de estudiar, para así reforzar al hijo (y por que en el fondo desea creerse que el hijo ha cambiado) le compra la consabida moto. Naturalmente, el muchacho al día siguiente de tenerla, dejará de esforzarse.

En el caso del estudiante, el regalo de la moto solo servirá para"reforzar" los suspensos habidos unos días antes, y en el caso de la pareja, el regalo de sucumbir a las caricias del agresor, servirá para reforzar sus agresiones, perpetuándose  en ellas.

El conflicto se ha saldado sin consecuencias negativas (y sí positivas) para el agresor, por lo que el ciclo comenzará de nuevo, retomando la escalada de violencia verbal y psicológica.

Mientras,  la mujer puede sentirse culpable de "no saber" arreglar la situación y el agresor creerá que su estrategia es aceptable y que, en última instancia, funciona.

Salir del Infierno.- ¿Cómo romper éste círculo infernal?. Desde el punto de vista psicológico el agresor sufre su propio tormento. El comportamiento agresivo lo aprendió en algún momento, probablemente de su propio padre.

Además posee bajísima  autoestima, propia de quién recurre a la fuerza para hacerse valer, y falta de autocontrol sobre sus emociones y pensamientos (consecuencia de ello serán los prontos con los que arranca el Ciclo).

Un cuadro así tendrá garantía de cambio a través de un proceso terapéutico especializado. Igual que aprendió este modo terrible de comportarse podrá aprender otro bien distinto. La principal dificultad: reconocerse como agresor y entender la imposibilidad de cambiar por sí mismo.

Dedico mis últimas líneas a la víctima. Deseo sirvan de pequeño homenaje (a quién tanto amó a pesar de ser tan mal amada) y oportuna orientación. La mujer se resistirá a denunciar por miedo a la venganza y por que confirmará dos fracasos, el de la pareja (tener que reconocer a terceros aquello de "ese hombre no te conviene") y el suyo propio al no conseguir lo imposible: que él cambie. Por tanto precisa, urgentemente, recibir un máximo apoyo de sus seres queridos sin juzgarla ni reprocharle el permanecer junto a él pues si lo ha hecho es que no estaba preparada para tomar otra determinación.

Con ella habremos de trabajar varios aspectos: desechar su complejo de culpa, recuperar su autoestima, machacada por su agresor y recobrar sus derechos a ser amada y vivir con dignidad, abordando una nueva vida. Éste será el principal legado que deje a sus hijos. El recuerdo, en estos, de su lucha por su dignidad y derechos, prevalecerá, no le quepa duda, sobre el dolor del sometimiento a la tiranía que padeció. Mientras más durase dicho sometimiento, mayor será el mérito en romper el Ciclo Violento y mayor la valentía y esfuerzo en liberarse de un hombre que, aún pudiendo haberla amado, tubo un modo verdaderamente inhumano de demostrárselo.

Miguel Sánchez Zambrano


Publicado en Ideal el 7 de julio de 2006

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