El Perdón

El Perdón

Perdonar: su significado.

Perdonar no significa sentirse como antes de recibir la ofensa.

Perdonar no es renunciar a nuestros derechos. Hay quienes piensan que el perdón conlleva la incitación de reincidir a quien
se perdona (por ejemplo perdonar una agresión sexual sería como animar indirectamente a que se repita).

Esto significaría que el que perdona renuncia a que se haga justicia. El perdón que no combate la injusticia no es signo de
fuerza y valentía, sino de debilidad y falsa tolerancia.

Es justo lo que algunos obispos no han entendido, no interviniendo con firmeza, al tener conocimiento de los abusos sexuales cometidos por un sacerdote bajo su jurisdicción. Por tanto, el perdón no anula ni sustituye a la justicia.

El perdón emerge de la humildad. El perdón no conoce la suficiencia. Es discreto, incluso silencioso. No depende de la
sensibilidad ni de la emotividad, sino que emerge del fondo del corazón, animado por el Espíritu.

El perdón actúa aún cuando el perdonado lo rechace, siendo ante todo, una disposición del corazón, por lo que siempre es posible
concederlo puesto que el propio perdonador, recobrando este la paz y libertad interiores con independencia de la actitud que tomara el perdonado.

Estos serían los 5 pasos del perdón:
El perdón requiere de un proceso, de un camino a recorrer. He aquí sus pasos:

1º Paso: Renunciar a la venganza. Así se comienza el camino de la sanación y el crecimiento personal del perdonador.

2º Paso: Reconocer la herida, el propio sufrimiento. No lograremos perdonar si negamos la ofensa recibida. Esta es como un anzuelo enganchado en un dedo. Nunca podre quitármelo si trato de arrancarlo. Deberé hundirlo más en el dedo para así sacar la punta y lograr extirparlo.

3º Paso: Aceptar la posible cólera por la injuria recibida. Si aquella se reprime impediría la llegada del autentico perdón. Esto no significará fomentar el resentimiento.
La cólera es una emoción natural y por tanto pasajera que se auto consume al experimentarla y por eso no es sano reprimirla.

4º Paso: Comprender al ofensor jamás significara excusarlo ni disculparle. Comprenderle será indagar en todas las dimensiones de su persona y sobre todo, en los motivos de su falta. Por tanto buscando en nada de perdonar con los ojos cerrados. Bien al contrario conocer lo más posible al ofensor, sus motivos, sus porqués, al rechazar al que nos rechaza estamos asumiendo el acto de rechazar, que es justo lo que el ofensor está haciendo con nosotros.

Si nos hiere su actitud condenatoria, en realidad la convertimos en una pantalla donde se refleja nuestra propia actitud de condenar a quien nos condena. Esa disposición a condenar habita en la “zona oscura” de cada uno. En definitiva no condenar al ofensor es también no condenar a mi sombra. Llegar a amar al ofensor (amar al enemigo) es una oportunidad de increíble crecimiento personal, pues sería comenzar a amar a mi propia “sombra”, mi “zona oscura”.

5º Paso: buscar la “intención positiva” del ofensor. Puede parecer extremadamente duro, difícil, pero también imprescindible para allanar el camino al perdón.

Pongamos el caso, sin duda sufriente de un hijo homosexual. ¿Cómo no entender que una madre que rechaza a ese hijo, por
tener la orientación sexual con la que ella lo engendró, solo persigue alejarse de la posibilidad de ser condenada a su vez por
el Dios en el que ella cree? ¿Cómo no comprender que dicha madre en realidad se rechaza a si misma al haber engendrado un
hijo cuyo comportamiento se aleja del que ella cree moralmente bueno?

¿Cómo no comprender al padre que rechaza la opción sexual de su hijo, pues prevé las dificultades reales que tendrá a nivel de
relaciones, a nivel social, incluso laboral? ¿Cómo no entender que el obispo que condena la opción homosexual lo hace en base a lo que él cree justo y apropiado según la Escritura, o la interpretación de la misma que a él se le ha dado y que ha asumido sin discernimiento profundo?

Además, comprender a fondo la actitud y comportamientos del ofensor no es solo el camino apropiado para llegar al perdón;
también lo es para propiciar en él el cambio y apostar por que llegue a erradicar su actitud condenatoria.

6º Paso: El sentido positivo de la ofensa. Toda acción humana contiene un sentido positivo en su interior. Toda acción humana proviene de un ser humano y este camina inexorablemente hacía el bien pues camina hacia Dios, de donde procede. El día en que el hombre logre centrarse en dichos aspectos, obviando los que en tantas ocasiones le llevan al mal y al sufrimiento, ese día habrá
logrado alcanzar lo que tanto ansia: la felicidad. Bajo este axioma (toda acción contiene un sentido positivo) vamos a trabajar lo que vengo en llamar el sentido positivo de la ofensa. Esto requiere estar verdaderamente dispuesto a perdonar al ofensor.

El sentido de la ofensa no es dañar al ofendido. El ofensor la ejerce, en principio, para protegerse a sí mismo ó para proteger (eso al menos es lo que él cree) al ofendido. Pensemos en esa madre rechazante. Su acción no va dirigida para causar daño al hijo. Ella cree que este ya está dañado. Su homosexualidad es el daño.
El rechazo va encaminado a procurar su reacción y que abandone así su “desviación sexual”. Así se protege ella misma de ser una
mala madre por tener un hijo de esas características y hacer todo lo posible porque deje de serlo. Pero vamos a ir más allá. Hemos de descubrir lo que a nosotros mismos nos aporta, nos enseña dicha ofensa, dicho rechazo. ¿Cómo nos hará crecer?

En el 1º momento, al sentir la ofensa sobre nosotros recibimos un fuerte “shock”. Parece que todo se tambalee y nos invade la inseguridad. Bien, pues dejemos que todo se derrumbe. Lo que tras el terremoto de la ofensa permanezca en pie es que estará
construido sobre roca. Lo que definitivamente se derrumbe, será solo escombro que habrá que limpiarlo de nuestra vida y que
cuanto antes caiga mucho mejor. Pero puede haber parte (seguramente la mayor parte) que quede seriamente afectada, pero
sin venirse abajo.
Será hora de consolidar, afirmar y reparar lo dañado, con lo cual quedará definitivamente consolidado. Se abre así la posibilidad de poder llegar a dar las gracias al ofensor, estando abierta al modo en que cada cual lo enfoque y sea capaz de vivir el acto ofensivo.

7º Paso: La reconciliación. El perdón no requiere necesariamente volver a relacionarse con el perdonado. Si perdón y reconciliación los hacemos sinónimos, estaremos dificultando enormemente el proceso. Podemos perdonar y no continuar la relación y podemos perdonar y desear continuarla y aún en este último caso no tendría que ser del modo anterior al hecho que provoco la ofensa y
consiguiente separación.
En definitiva, la reconciliación sería lo más deseable tras el perdón entre familiares o personas con relaciones muy estrechas,
pero la misma exigiría un esfuerzo por ambas partes. Un esfuerzo cuya base sería la aceptación real de la persona antes ofendida. Si
no es así la relación se haría insoportable pues podría significar todo lo contrario, que el ofendido tuviese que aceptar los
argumentos que antes le ofendieron. Sería entonces forzar una situación que no podría llevar a una buena relación.

El perdón de Dios.

Para entender cómo “es” el perdón divino basta con observar el comportamiento y actitud de Jesús ante el pecador. Jesús se posiciona bien lejos de una actitud altiva, moralizante y muchísimo menos condenatoria.

Su actitud, bien al contrario, es humilde y comprensiva y lo más original, es profundamente receptiva. El “dona” el perdón y al
tiempo acepta las “donaciones” de los perdonados. Esto hace que de inmediato se establezca una relación de real igualdad, de tú a tú, podríamos decir. A la samaritana le pidió de beber; al encontrarse ante Zaqueo, le pidió que le invitase a su casa; se complació y
defendió públicamente que aquella mujer pecadora le rociara los pies con un caro perfume.

Está claro que el perdón de Dios renuncia al castigo, bien al contrario, enseguida organiza una fiesta cuando reconocemos lo
que no hicimos bien. Así lo manifiesta ante el hijo pródigo que tanto sufrimiento causó a su padre, o ante la oveja que se pierde.
Es una paradoja difícil de comprender: que quien ha obrado mal, al rectificar, merece una fiesta en vez del castigo.

Miguel Sánchez Zambrano

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